Es difícil resumir una experiencia como ésta en tan solo unas líneas. Los que habéis pisado el corazón del continente africano, penetrado en sus entrañas, entenderéis bien lo que os contamos.
Es esperable cualquier tipo de reacción, menos la indiferencia. Sin duda, la puesta en marcha de este estudio en Guinea Ecuatorial, donde pretendíamos analizar la incidencia de una devastadora enfermedad dermatológica tropical llamada oncocercosis, ha sido una experiencia profesional y personal inolvidable.
A pesar de la dureza y el agotamiento que implicaba, el día a día del trabajo de campo era tremendamente enriquecedor. Los equipos locales del proyecto eran personas trabajadoras y comprometidas con su comunidad, quienes, con la motivación y la valoración adecuadas, eran capaces de dar lo mejor de ellas mismas cada día. Al arrancar el Land Rover, la jornada laboral daba comienzo y nos poníamos en marcha rumbo a las comunidades rurales de la Isla de Bioko, donde se encuentra la capital del país, y donde se han realizado la mayor parte de las intervenciones en salud.
Tras nuestra llegada a las comunidades, normalmente el presidente de la misma o el agente de salud, auténticos líderes de la zona, nos esperaban con la mejor de sus disposiciones. Para ellos era un privilegio poder contar con una misión del Ministerio de Sanidad de Guinea, acompañada de un equipo representando a la Agencia Española de Cooperación Internacional. Daba igual lo que fuésemos a hacer allí, simplemente éramos sanitarios y habíamos decidido prestarles atención. Suficiente motivo para colaborar con nosotros.
El trabajo en la zona rural fue duro pero también muy satisfactorio. A cada uno de los individuos estudiados se le realizaba un cuestionario de salud y una exploración física, seguida de la toma de muestras cutáneas y sanguíneas. Los campesinos de la zona rural de África son gentes afables, generosas, agotadas por la vida y el trabajo, pero con una entereza física y mental dignas de admiración. A menudo, en la exploración física de algunos de ellos, especialmente los más mayores, percibía en mis manos su agotamiento, sus huesos abatidos y dolorosos, su gesto de cansancio. A pesar de todo ello, y teniendo en cuenta que la mayoría jamás habían visto a un sanitario nunca antes en su vida, solían dedicarnos sinceras muestras de agradecimiento por el trabajo que estábamos realizando.
La segunda semana de trabajo de campo se centró en la zona urbana. La ciudad de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, es una auténtica selva de asfalto en mitad de la Isla de Bioko. Aquellas calles que se abrían entre las fisuras de las grandes avenidas de la ciudad, para nuestra sorpresa, estaban repletas de oscuros laberintos donde las personas malviven de la mejor forma que pueden: escombros, casas a medio construir, polvo y suciedad son los elementos inevitables en los suburbios de las grandes urbes africanas. Con la mejor de nuestras disposiciones, intentamos completar la cuota de pacientes que necesitábamos, a la vez que administrábamos sencillos consejos de salud a muchas de aquellas personas, sometidas a la mayor de las desatenciones.
Ojalá la experiencia e información obtenidas contribuyan a mejorar el control de esta importante enfermedad tropical en un país donde todavía queda mucho camino que recorrer, también en el sector salud.