Acné

El acné es una enfermedad inflamatoria crónica de gran prevalencia a nivel mundial, ya que hasta un 80% de las personas lo sufren en algún momento de su vida, especialmente durante la adolescencia. 

Con frecuencia el acné se cronifica hasta la edad adulta siendo cada vez más frecuente en adultos de más de 25 años, especialmente en mujeres y en personas fumadoras. 

La causa del acné es multifactorial: genética, hipersecreción sebácea por estimulación androgénica, proliferación de ciertas cepas de Propionibacterium acnés, cambios en la microbiota cutánea y alteraciones en la inmunidad. 

Existen factores que pueden agravar o incluso promover la aparición de brotes de acné como son el estrés emocional, el tabaco, una alimentación rica en grasas saturadas de tipo industrial, alteraciones hormonales, algunos medicamentos o el uso de cosméticos no adecuados. 

El acné se manifiesta principalmente en la cara, el escote y la espalda mediante la aparición de distintos tipos de lesiones inflamatorias y no inflamatorias, como granos rojos (pápulas), granos de pus (pústulas), puntos negros (comedones abiertos) y puntos blancos (comedones cerrados).

Según el predominio del tipo de lesiones que encontramos denominamos al acné como de tipo retencional o microquístico, inflamatorio o nodular. Y según la intensidad de las lesiones puede ser leve, moderado o severo llegando a producir gran afectación de la calidad de vida del paciente.

El acné es una enfermedad de la piel que con frecuencia deja marcas y cicatrices de por vida. Por eso es importante abordar su tratamiento desde el inicio de los síntomas para evitar sus posibles secuelas estéticas.

El acné retencional, comedoniano o microquístico se caracteriza por el predominio de puntos negros o microquistes blancos. Aunque en este tipo de acné no hay inflamación, puede ser persistente y evolucionar a formas más inflamatorias o severas.

Cuando la inflamación aparece, hablamos de acné inflamatorio o papulopustuloso, donde los comedones se inflaman y se convierten en pápulas (protuberancias rojas y sensibles) o pústulas (similares a las pápulas, pero con contenido purulento). Esta fase suele presentar enrojecimiento y molestias, requiriendo un tratamiento más específico.

En casos más avanzados, surge el acné noduloquístico, donde las lesiones inflamatorias son más profundas y dolorosas. Se desarrollan nódulos firmes bajo la piel que pueden transformarse en quistes, con un alto riesgo de dejar cicatrices permanentes si no se trata adecuadamente.

La forma más severa es el acné conglobata, caracterizado por lesiones inflamatorias extensas que se interconectan formando abscesos y fístulas. Esta variante es difícil de manejar y puede dejar cicatrices profundas, afectando significativamente la piel y la calidad de vida del paciente.

Cada tipo de acné precisa un enfoque de tratamiento específico, y el diagnóstico temprano es clave para evitar complicaciones y minimizar secuelas.

El tratamiento del acné varía según su tipo y gravedad. En los casos más leves, puede ser suficiente con tratamientos cosméticos tópicos, mientras que en los más graves puede ser necesario recurrir a fármacos orales o procedimientos dermatológicos específicos.

  • Terapias tópicas. Para los casos más leves y moderados, los tratamientos tópicos suelen ser la primera opción. Los hidroxiácidos y los retinoides son clave para mejorar la renovación celular y evitar la formación de nuevos comedones. También se emplean agentes antimicrobianos que reducen la proliferación bacteriana y ayudan a desinflamar las lesiones. En algunos casos, se utilizan antibióticos tópicos para controlar la infección.
  • Tratamientos sistémicos. Cuando el acné es moderado o severo y no responde a los tratamientos tópicos, se pueden emplear antibióticos orales, que ayudan a reducir la inflamación y la carga bacteriana. En casos resistentes a antibióticos orales y terapia tópica, la isotretinoína oral es el tratamiento de elección, ya que actúa directamente sobre las glándulas sebáceas, reduciendo su tamaño y mejorando de forma eficaz los signos y síntomas del acné. En mujeres con acné hormonal, los anticonceptivos orales y los antiandrógenos pueden ayudar a regular los brotes. El uso de tratamiento médico sistémico requiere una indicación y seguimiento médico estricto por parte del dermatólogo.
  • Procedimientos dermatológicos. Además de los tratamientos farmacológicos, existen procedimientos complementarios que pueden mejorar la apariencia de la piel y acelerar la recuperación. Los peelings químicos ayudan a exfoliar la piel y reducir los puntos negros o comedones abiertos. La terapia con láser y luz pulsada puede ser útil para reducir la inflamación y mejorar la textura cutánea. En casos de acné quístico o comedoniano persistente, los dermatólogos pueden realizar extracciones controladas para eliminar las lesiones sin causar daño en la piel circundante.

Tratamientos Tuderma:

Además de los tratamientos médicos, adoptar una rutina de cuidado adecuada es clave para cuidar la piel acnéica y evitar su irritación e inflamación. Es recomendable lavar el rostro una o dos veces al día con un limpiador suave sin resecar la piel. Después de la limpieza, mantener una hidratación adecuada puede ayudar a preservar la barrera cutánea.

Hay que evitar la manipulación de las lesiones, ya que aumenta el riesgo de inflamación posterior así como de la aparición de hiperpigmentación postinflamatoria, quistes y cicatrices.

Aunque la alimentación no causa directamente el acné, reducir el consumo de alimentos ricos en grasas saturadas podría mejorar la piel en algunos casos. Además, controlar el estrés mediante relajación o ejercicio ayuda a regular los brotes de acné.

En TUDERMA, ofrecemos tratamientos específicos para cada tipo de acné, adaptándonos a las necesidades individuales de cada paciente. Nuestro equipo de dermatólogos realiza un diagnóstico detallado para recomendar la mejor opción terapéutica, combinando tratamientos médicos y cuidados dermatológicos avanzados.

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